La evaluación debe ser considerada como una instancia más del proceso formativo. Es un momento que permite –tanto al profesor como a los estudiantes– comprobar en qué medida se están alcanzando los resultados de aprendizaje (RA) y analizar los posibles errores que se hayan cometido.
Por ello, debe ser:
- Válida: es decir, medir lo que procura medir: los RA. Por ejemplo, una monografía sobre las habilidades y técnicas del tenis no es una prueba válida de que un estudiante sea bueno jugando dicho deporte.
- Confiable: implica que sea consistente y justa. Si hay más de un docente que evalúa, debe haber una buena coherencia entre ellos. En otras palabras, que asignen calificaciones parecidas a un mismo producto o desempeño. Asimismo, es preciso que el nivel de dificultad sea adecuado para los RA planteados y que la gradación de notas se corresponda con el grado de logro de los RA.
- Transparente: refiere a la inexistencia de trampas o sorpresas. Los estudiantes no tienen por qué adivinar lo que el evaluador tiene en mente. Los RA se tienen que explicitar en la planificación y deben estar disponibles públicamente, con suficiente anterioridad.
En suma, es preciso cuidar el alineamiento entre:
- Los RA claramente explicitados.
- Los contenidos abordados durante el curso.
- Las actividades de aprendizaje realizadas por los estudiantes.
- Los métodos y tareas de evaluación.
Ver también:
- Evaluar según criterios y niveles de logro
- La evaluación de los trabajos en grupo
- La importancia de la retroalimentación
Elaborado por la Mag. Liliana Jabif, coordinadora académica del Centro de Actualización en la Enseñanza Superior (CAES).